10 marzo 2008

Alfredo Ceverino o la traducción del cielo

Foto: S. Florencia Manzur
El arte en su sentido más cultural es “la actividad espiritual por cuyo intermedio el hombre crea obras con un fin de belleza”. Teniendo esto en mente, no hay mejor término para definir a Alfredo Ceverino que el de artista.



Sin meditarlo, es capaz de esgrimir con su pincel figuras humanas que se ven y se sienten tan reales como quien las observa. Dueño de los colores más atractivos, hace de cualquiera de sus cuadros sobre músicos, actrices de reparto o pájaros en libertad una experiencia que indefectiblemente llama a la alegría y a la satisfacción ante la efervescente tela.

Parece increíble, pero al ingresar en su taller el color no abunda más que en las obras en proceso que yacen esporádicas aquí y allá con un orden que sólo su creador puede comprender. Allí, conviven las obras de su hijo, su música y el mate, con lo más importante, sus secretos.

Ceverino puede asegurar hasta el cansancio que el sólo es un “intermediario”, pero lo cierto es que a pesar de someterlo a cuanta pregunta se quiera o de dedicarle un libro entero a su obra, sólo él y su pincel conocen del romance secreto y caprichoso que se sucede cuando cierra la puerta, se sienta en su banqueta y es víctima del encuentro con el lienzo virgen.

Alfredo Ceverino nació en Mendoza, Las Heras, en 1939 y aunque le costó descubrir que quería ser artista plástico, hoy ejerce su profesión con una trayectoria de más de 40 años y un amplio reconocimiento local e internacional.

Actualmente, la Art Service Galerie de París expone sus obras de forma permanente y sus obras se renuevan constantemente. Además, ha sido acreedor de diversos galardones provinciales y nacionales, y en 1987 fue el representante argentino de la 1° Bienal Internacional de Arte en Cuenca, Ecuador.

En diálogo con MDZ el pintor lasherino expresa algunos de sus pesares sobre la vida artística en la provincia, rememora sus años como estudiante en la particular década de los´60 y asegura, aunque sea difícil de creer, que lo que él hace es sólo “un oficio más”.

- ¿Cuál es el primer contacto que tuvo con las artes plásticas?
- Sucedió hace mucho tiempo, concretamente con la pintura llevo 40 años, pero antes estuve unos seis o siete años en la Academia Provincial de Bellas Artes, esas épocas están medio perdidas en el tiempo. Lo mío se despertó tardíamente, más o menos cuando tenía 20 años, aunque ya de chico tuve mucho contacto con lo manual porque estábamos acostumbrados a fabricar nuestros propios juegos, es algo muy argentino eso, ahí se me fueron desarrollando algunas capacidades para trabajar con las manos y de alguna manera me fui haciendo alfarero de chiquito. Hoy los chicos no tienen acceso a eso, está todo muy hecho, consumen y tiran, consumen y tira…

-¿Cómo recuerda esos años en la academia?
- La academia fue un útero maravilloso, pero lamentablemente después fue destruida. En ese lugar la reacción a cualquier hecho o acto era inmediata, era un momento político o cuasi político y antidemocrático muy particular en el que muchas instituciones era colaboracionistas y alguna gente también dentro de la academia lo era y eso hizo que se fuera destruyendo. Lo recuerdo como un lugar abierto donde vos ingresabas y sólo te pedían que fueras soñador, si traías sueños te decían: “Sí, adelante”.

- ¿Quiénes formaron parte de esa generación?
- Había mucha gente. Los que más recuerdo son a mis maestros como Cardona, de quien una de las pocas obras que se recuerda es el Cóndor que en cualquier momento lo van a pintar a lunares, depende del arquitecto. Seguro viene uno y lo pinta de verde manzana o verde agua. Otra gente que recuerdo mucho es, por ejemplo, a Eduardo Retamosa, a Juan José Gómez, a Laura Piquet, a Hernán Abal, había toda una corte de gente esperándonos para transferirnos la idea de la posta, para transferirnos ese amor por el oficio. Era muy raro que te fueras de ahí porque si te quedabas, era porque querías ser alguien y si no, te ibas yendo solito.

- ¿Reconocía en ese momento un común denominador a todos ellos?
- Sí, sin duda. Estamos hablando de la época de los ´60 en la que el movimiento mundial que estaba teniendo lugar repercutió mucho en Mendoza. Fue un momento increíble, acá había cinco boliches de artistas, eso de alguna manera ya te daba a entender que todos estábamos en la misma sintonía. En esa época se dieron fenómenos como el Nuevo Cancionero y muchos más…

- ¿Cómo surge su arte?
- Fijate que ya no se habla tanto de inspiración ni de musas. El hecho es que este es un oficio más, quizás más complejo porque uno debe responder a un requerimiento íntimo, por el cual tiene que trabajar y trabajar. Es por eso que uno siempre tiene que estar con el pincel en la mano para cuando surja la inspiración.

- Entonces, usted cree en la inspiración…
- En lo que yo creo es en que se habla mucho de “crear”, pero a mí no me termina de cerrar porque creador es Dios y si no creés en Dios, tenés que confiar en que hay algo superior a vos. Yo me considero un intermediario, entiendo que en esos momentos hay alguien que me está tirando un dato y que eso después se traslada al observador. Por eso, siempre hay que estar atento y con la muñeca tibia, no vaya a ser que venga el dato y uno esté paveando.

- ¿Los hechos cotidianos también lo inspiran?
- Sí, muchas veces estás afuera y ves nubes con formas esponjosas, sobre todo en estos días de lluvia. Yo creo mucho en el concepto del disparador, es como ese juego infantil de descubrir cosas, por ejemplo, en una mancha de humedad sin tener en cuenta ninguna idea en particular. Aunque no esté trabajando en mi taller, no puedo abstraerme de ver una forma que me guste y eso, quieras o no, se va almacenando en el “mate” y surge solito a la hora de pintar.

- Alguna vez se inspiró en poemas de Nicolás Guillén. Ultimamente, ¿se ha inspirado por la ficción?
- La música es una buena fuente, pero también están los libros. Raúl González Tuñón decía: “En Mendoza los niños cantan al escuchar el ruido de las acequias”. Un tipo que te larga eso ya te conmueve y te genera cosas propias sobre el valor de las cosas sencillas y cotidianas, por ejemplo, si yo vengo y pinto un mate puede tener una connotación social increíble y eso que hemos partido de un hecho cotidiano y sencillo. (Jorge Luis) Borges también te provoca eso, no es que vayamos a hacer una ilustración de Borges, si no que lo que te propone él como autor es buscar dentro tuyo o por lo menos aceptar todas las ideas, como la de un caballo verde. Es decir, un mundo más abierto y menos acotado… Es un juego.
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El sueño de Barquina. Baile en Los dos chinos.



- ¿Qué viene primero, el color o el dibujo?
- Yo no trabajo con ideas previas sino que todo comienza con una mancha libre y en tanto me interese y estimule mi imaginación va a servir de detonante o disparador de algo. Si es eso y lo entendí bien, la obra se va manteniendo, si al otro día la obra se cayó o no la continué, evidentemente, el mensaje no lo entendí.

- Hay obras que le ha llevado mucho tiempo de terminar, algunas hasta dos años. ¿Cómo mantiene un compromiso tan largo con la obra?
- Es que están ahí… Mirá, allá al final (señala hacia el fondo del taller) en el caballete hay precisamente una que hace tiempo que empecé, evidentemente me puse a abrir la boca y se me fue, pero está ahí, esperando otra chance, todos nos merecemos otra chance.

- En el último tiempo ha utilizado mucho el collage, ¿cómo elige qué técnicas y cuándo emplearlas?
- Necesito ir cambiando de materiales, a mí lo táctil me motiva muchísimo, hace poco estuve trabajando en relieve a propósito de que me habían pedido que interviniera en unas barricas para una subasta y estuve trabajando en unas figuras en bajo relieve. Después de eso, al volver a la tela siento que me hace falta salir de eso que es están liso y ahí es donde interviene el collage, para trabajar con elementos que me estimulen más lo táctil, pero siempre ha sido pintura y dibujo, a veces con acuarelas también.

- Usted ha sido docente, ¿qué es lo que más le llama la atención de las nuevas generaciones de artistas?
- Fui docente durante muchos años en la misma academia de la que egresé y vi una fuerte inquietud en los chicos que me pareció muy interesante, pero veo que hay una desorientación importante, hay un cierto paternalismo que busca sacarlos de esas profesiones y llevarlos a otras.

- Se va a presentar un libro sobre su obra, ¿cómo surgió ese proyecto?
- La idea la tuvo Adela Díaz López, quien es profesora de Historia del Arte y quien se ha preocupado por escribir libros de artistas locales y desde hace años se dedica a eso. En fin, esta vez me tocó a mí y se iba a presentar el 28 de febrero, pero se suspendió, creo que este mes se va a concretar. En el libro hay reproducciones de obras mías de los ´70 y de los ´80, también una parte biográfica y una de análisis de las obras, por lo que es bastante interesante.

- ¿Con qué problemas se enfrentan los artistas locales?
- El problema con los artistas de Mendoza es que Dios está en Buenos Aires, eso lo hemos comprobado hace tiempo. Entonces, todo lo que está en Buenos Aires es nacional y todo lo que esté en la provincia es provincial. Por eso, cuando vienen los medios de comunicación y hablan de artistas nacionales, siempre dicen “pero también están los artistas mendocinos…” y no es así. ¿Qué tienen los de la Capital Federal que nosotros no? En Europa a mí jamás me preguntaron “¿por qué no estás en Buenos Aires?” o “¿por qué estás en Las Heras?”.

- ¿En qué está trabajando actualmente?
- En varias cosas, esto que ves acá es Un hombre alado, una paloma blanca y una nube de oro, así se llama. Al mismo tiempo también trabajo con una pintura grande que es de varios metros y que retomo de vez en cuando.

- ¿Visita muestras de otros artistas?
- Sí, siempre, pasa que no en el momento en que se inauguran. No en ese encuentro social que es la inauguración, porque pasa a ser un evento social, están ahí hablando animadamente y dándole la espalda a los cuadros. Por ahí está bueno para hacer un poquito de face , un toquecito de frivolidad no le falta a nadie.

- Si no pintara, ¿qué haría?
- Bueno, creo que me dejo para otra vida el ser bandoneonista, me hubiera gustado. También me acuerdo que cuando era chico quería ser bolsero, andar a caballo recogiendo y comprando cosas por la calle me parecía fascinante. No sería tratante de blancas ni “cafiso” porque me enamoraría enseguida… Por ahora soy pintor, la verdad me costó mucho darme cuenta de que tenía que ser pintor porque en principio iba de cosa en cosa.

Autor: Selva Florencia Manzur
Publicado en +Cultura de MDZ